[Traducido del francés por Júlio Béjar]
¿No es tolerable decirlo? ¡Señal de que es cierto (al menos para algunas)…!
Por tanto lo diré, hablando al menos en lo que a mí concierne. Trataré de justificar las palabras de Catherine Millet, asaetada a insultos por haber dicho una verdad (« Podría testimoniar que de la violación, se sale »). No se trata en ningún caso de legitimar la violencia sexual; simplemente de recordar que el victimismo feminista no tiene por qué silenciar a las mujeres que invocan su capacidad de recuperación, su libertad de expresión o su fuerza de carácter. No se puede asignar al conjunto de las mujeres la condición de « víctimas vitalicias del patriarcado », ya porque hayan sido importunadas en el metro u otro lugar, o incluso por haber pasado por experiencias sexuales que se nos quieren presentar hoy en día como inasumibles.
Leo en el Código Penal (artículo 222-23) que: « Todo acto de penetración sexual, sea cual sea su naturaleza, cometido hacia otra persona por la violencia, presión, amenaza o sorpresa es violación. »
Repaso mal que bien mis recuerdos … presión, sorpresa … ah, sin duda, he experimentado algunas penetraciones así, de hecho … incluso tuve amantes poco violentos en apariencia (uno de ellos, que no era precisamente un amante poco ameno, era capaz de acumular sorpresa + violencia, sucedió, sí, y otro que aunaba violencia + amenaza. Otro sólo presión …).
Me incluyo, pues, en la cohorte de mujeres violadas (e incluso re-violadas).
Las feministas se abalanzan sobre mí en Facebook cuando, después de haber rebuscado y recuperado todos mis recuerdos de esas experiencias, admito que aún no habiendo sido específicamente consentidas (de lo contrario no se corresponderían con la definición legal de ‘violación’), no me traumatizaron en absoluto y que mi capacidad de recuperación tardó menos de medio día, y ni siquiera eso (algunas de esas situaciones, incluso, me hicieron reír mientras las recordaba).
La sexóloga Catherine Solano, en una edificante tribuna, me dice que estoy gravemente traumatizada, disociada, en la negación más absoluta, golpeada en mis emociones y mi empatía, incluso en un estado de « anestesia emocional », que necesito terapia y soy merecedora de su compasión. Bien. Así que la psiquiatrización, el desprecio, la condescendencia y la moralidad (aquellas que se nieguen a comulgar con el dolorismo obligatorio son, de hecho, recompensadas con esta píldora). Gracias, doctora, pero puede usted comerse su receta: ¡estoy bien y siempre ha sido así! (1)
En cualquier caso, soy acusada de guardar silencio, culpabilizada de cualquier cosa y, sobre todo, de acuerdo con la lógica feminista habitual, de negar la palabra a otras mujeres, de ser cómplice del patriarcado (del patriarcado, jajaja, ese cajón de sastre tan cómodo) y de alentar la violación.
Así que me veo conminada a hacer una pequeña puesta a punto , precedida de un breve recordatorio histórico de los logros de la liberación sexual.
Liberación sexual y suelo de tolerancia en cada mujer
La liberación sexual de los años 70 y 80 desacralizó la relación con el sexo e hizo saltar los candados del orden moral. Permitió una relación desinhibida con la sexualidad, incluso cuando una podía legítimamente criticar ciertos excesos de ese nuevo orden sexual.
Pero desde los años 90, una contrarrevolución puritana ha barrido los Estados Unidos bajo la presión de los neoconservadores, a la que las feministas han seguido el paso, algunas como Arria Ly o Madeleine Pelletier llegando incluso hasta a abogar por la castidad total. En nuestro país, esta ola va minando día tras día logros que creíamos consolidados. Se erigen nuevos tabúes criminalizando comportamientos previamente aceptados, como el flirteo insistente o los gestos ligeros (la mano en la rodilla, el beso robado, las expresiones groseras) haciendo de la sexualidad la obsesión y tabú últimos. Lo hemos visto con la acusación de Sandra Muller y el « delito » risible de Eric Brion (#Balancetonporc) -aunque los excesos de #MeToo comienzan a estar a la par.
Como comentaba Odile Buisson muy acertadamente: ‘No se debería admitir que (…) las feministas más radicales lleguen a imponer las reglas de un nuevo puritanismo al querer codificar todo el comportamiento sexual. Acabarán, tarde o temprano, amputando su propia libertad porque, salvo para prohibir cualquier expresión, ninguna ley puede responder a la complejidad del deseo sexual’. Buisson se alza contra la instauración de una policía del pensamiento y del comportamiento sexual adaptada al umbral más bajo de tolerancia, el de las más mojigatas. Porque, a largo plazo, se reprimirían arbitrariamente las libertades personales tanto como la función sexual y la cultura.
La sexualidad es un área gris y los sentimientos son personales e inviolables.
Lo que significa que toda palabra debe ser permitida. Tanto la de la mujer que se siente cuestionada en su dignidad por un maleducado en el metro, como la de aquellas capaces de afrontarlo sin que ello sea un problema demasiado grande y sin tener que apelar a la supuesta ‘cultura del violación’. Y como señala acertadamente Anne Lietti, una mujer PUEDE decidir no sentirse importunada, eso forma parte también de su libertad y poder.
Toda palabra debe ser permitida. Tanto la de la mujer incapaz de superar una violación como la de aquella que sí lo ha hecho. E incluso la de aquellas que deseen vivir esa experiencia. Porque la sexualidad tiene fantasías que la razón ignora -las feministas muy en particular. Francia es un país de libertad, de pensamiento y palabra, está en nuestra cultura y es nuestra grandeza; esta libertad debe hoy defenderse firmemente contra los nuevos censores del orden moral. Obsérvese que Catherine Millet ha sido arrastrada por el barro, pero no llevada ante la justicia por las moralizadoras, prueba de que no dijo nada punible -esto es lo más divertido.
No legitimo la violación, sólo los sentimientos propios y la libertad de expresión
Es justo y saludable que la violación sea juzgada como un crimen -pero depende de la persona en cuestión considerarse una víctima o una víctima de por vida. Mi discurso coincide con el de Samantha Geimer, cuando dice: « Si hurgas en tu memoria para descubrir quién en el pasado pudo tener una actitud inapropiada hacia ti, es que no eres una víctima, y no deberías querer serlo « .
Nunca aceptaré que las feministas me obliguen a revisar mi historia y que utilicen mi vida y experiencias para servir a su agenda. Soy un sujeto libre y autónomo, no necesito que otras piensen y sientan por mí. Y menos aún que me protejan con un orgullo fuera de lugar explicándome que « no hay que avergonzarse por ser una víctima » (Dra. Solano). Considero que la libertad, y la libertad sexual también, no están exentas de riesgos y lo asumo. Prefiero con mucho haber experimentado algunas vicisitudes con los hombres que apoyar los discursos de moralidad sexual de cualquier ayatolá, ya vista faldas o chilaba.
El deseo masculino y el deseo femenino no son iguales, y no me molesta que puedan expresarse de maneras diferentes. Las neo-feministas, que sueñan con convertir a los hombres en mujeres, rechazan violentamente la diferencia de género argumentando que el género, pero también el sexo, es una construcción social. Obviamente, yo no pido ser agredida por los hombres, pero soy capaz de entender que el comportamiento sexual también responde a diferencias hormonales y que los hombres en tanto tengan testosterona, serán generalmente más agresivos que las mujeres y más emprendedores a la hora de la seducción. Aprendí a lidiar con el deseo masculino y su virilidad y me siento muy bien, incluso no siendo siempre un campo de rosas, lo admito (todos sabemos que las relaciones hombre / mujer no son el país de los Osos Amorosos y los bonitos unicornios).
Dolorismo como valor cardinal
El feminismo del siglo XXI, de acuerdo con una forma de religión secular que impregna toda la sociedad, sobrevalora el dolor y el victimismo. Pero como dice Samantha Geimer, ‘¿realmente tengo que sufrir para darte satisfacción? ¿Por qué tengo que decir que lo que me pasó fue horrible, espantoso? No fue el caso, aunque no por ello deje de ser un delito « .
Ya lo denunció Nietzsche en su momento: « Existe en casi toda Europa, una sensibilidad e irritabilidad poco compatibles con el dolor y también una tendencia a quejarse, un feminización adornada con una pátina religiosa y filosófica, para darse más brillantez -existe un verdadero culto al dolor ‘.
Samantha Geimer agrega: « El problema cuando eres una mujer fuerte, una superviviente, es que las activistas no pueden sacarte nada. (…) Necesitan víctimas, no supervivientes. (…) Por el contrario, deberíamos servir como ejemplos, infundir coraje a las mujeres que están luchando y ayudarlas a volver a ponerse en pie. No es cierto que nuestra recuperación perjudique a otras’.
El victimismo no hace a las mujeres más fuertes y libres
En todo caso, a mí no me aporta nada, y estoy convencida de que si hubiera afrontado mis malos encuentros con ese nocivo discurso, me habría perjudicado por su obsesión por el odio y la venganza hacia todos los hombres, en una guerra de sexos que no me hubiese ayudado a interactuar con ellos del mejor modo posible (como pude hacer después). Las relaciones hombre / mujer vendidas por las feministas me parecen tan seductoras como una temporada en un infierno judicial, gélido y aséptico.
Como dice Natacha Polony, ‘el objetivo de una sociedad democrática no es dictar lo que es Bueno, sino poner en marcha las herramientas de la emancipación que permitan a todos ejercer su libertad y, por lo tanto, no sufrir más dominación, de cualquier tipo. Las condiciones económicas y sociales que rigen la precariedad de las mujeres no les proporcionan las armas para no tener que depender más de un acosador, cuando éste es su jefe. No les da la fuerza psicológica para recuperarse de una agresión y no sentirse una víctima para siempre’. Estas herramientas de emancipación, fuerza y libertad son el conocimiento, la ambición, la igualdad económica, la protección social de sus derechos y la garantía de su libertad para moverse y vestirse como mejor les plazca.
Yo he podido beneficiarme de todo eso. Vivir libre en este país, libre para pensar, hablar, estudiar, trabajar, elegir mi vida, ir y venir, vestirme como quisiera y vivir todo tipo de experiencias, sexuales o no. He sido libre de construirme, de lastimarme, de repararme y de reaccionar de acuerdo con mis propios sentimientos. Por ello, hoy no estoy dispuesta a que me reduzcan al estado de una desafortunada víctima del patriarcado o de plañidera perpetua a la búsqueda del culpable universal.
La libertad de una mujer también consiste en no aceptar ser representada por otras mujeres. Lamento rechazar el neo-feminismo reaccionario. Muchas gracias, pero no es para mí.
(1) Me ha sucedido, en más de una ocasión, sentirme mal o muy infeliz, por causa de un hombre, pero NUNCA por asuntos de sexo; solo por asuntos de corazón o comportamientos que no tenían nada que ver con la sexualidad.
PD 1: Sólo puedo hablar en mi caso de experiencias sexuales que no fueron traumáticas para mí, ya porque no fueron físicamente dolorosas o porque aún siéndolo, no lo fueron moralmente, por increíble que pueda parecer en la Francia del siglo XXI. Ni que decir tiene, que la mayoría de testimonios opuestos los acepto y los respeto, naturalmente.
P.S. 2: Es inútil que alguien intente que escupa los nombres de los hombres en cuestión, los he olvidado todos. E incluso, si no fuera el caso, todo eso es indiferente para mí, así que NUNCA los daré.
[Traduit du français par Júlio Béjar avec la permission de l’auteur ]
[Illustration: Simone Pignoni, ‘A violação de Perséfone’, circa 1650 (Nancy, Musée des Beaux-Arts)]
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¡Muchas gracias por tu traducción!
Ahora que está en la web, espero que circule ampliamente en castellano 😉